Buscar este blog

lunes, 25 de junio de 2012

Vestidas o desnudas


Cuando vivía en Aquisgrán, Brita, estudiante de filología alemana, me invitó a su cumpleaños. Vinieron muchos invitados, sobre todo amigas suyas. Era verano y las jovenes veinteañeras, exhuberantes, deleitaban mis sentidos con sus cortas faldas, generosamente rellenas, sus esplendidas piernas y los amplios escotes que prometían pechos abundantes. Cada chica resaltaba con habilidad las partes de su cuerpo que consideraba más seductoras, ensalzando sus encantos.

La fiesta duró hasta bien entrada la noche y, como era sábado, quedamos en ir a nadar a un lago para el día siguiente.

Acudieron al lago muchas de las amigas de Brita. Lo que yo no sabía era que íbamos a una playa nudista. Mientras todas se desnudaban, yo me desesperaba buscando un escondrijo para ponerme el bañador. Los otros hombres del grupo, que eran muy pocos, no me servían de refugio, desaparecían entre la multitud de mujeres. La mejor forma de disimular el bañador era metiéndome en el agua inmediatamente. Brita, naturalmente desnuda, vino a mí socorro y nadamos alejándonos del grupo. Pasado el primer susto pude reaccionar por fin y mientras nadábamos, me quité disimuladamente el bañador. Al cabo de un rato volvimos al grupo y, observando las mujeres de cerca y de lejos, me llamó la atención, que si la noche anterior cada una de ellas me había parecido muy diferente de las otras, con su especial atractivo, ahora, apenas veía diferencias entre unas y otras. Vestidas eran mucho más seductoras que desnudas.