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domingo, 13 de septiembre de 2015

Víctor de la Serna, 37

Ricardo el alemán vivía en la calle Víctor de la serna, 37, segundo piso, creo que letra A. Su madre era alemana, como la mía. Ïbamos juntos al mismo curso de primaria, hasta que yo repetí tercero. Ricardo, ya de niño era emprendedor. Creo que fue él quien me enseñó a contar hasta 10, o la menos me impresionó demostrándome que él sí sabía. Mi madre le tenía mucho cariño, él también la llamaba mamá a ella.
Jugábamos en el descampado que, más adelante, se convertiría en el parque al que da el instituto Santamarca. Ricardo nos impresionaba a menudo a mi madre y a mí. Una tarde nos recibió comentando orgulloso "He corrido 10 vueltas al cesped grande. Me estoy poniendo en forma."
Otra nos lo encontramos con una bandeja llena de canicas colgando a la altura de su barriga. " Os vendo una canica por una peseta" nos dijo.
"Pero si son los ojos de gato que venden en la panadería por una peseta" le respondí.
"Claro. ¿De donde te crees que las he sacado? "
No dudo que Ricardo haya progresado mucho en sus habilidades de hacer negocios. La ultima vez que lo vi fue hace unos años en Mallorca, se gana la vida de empresario.

La familia de Ricardo se mudó, fue así como conocí a Víctor.

Víctor, su madre y sus tres hermanas entraron a vivir al piso de Ricardo el alemán. Víctor, entonces, tendría unos 9 años. Víctor utilizaba con frecuencia una expresión que a mí me hacía gracia. Explicaba alguna cosa y si veía que yo dudaba, concluía su explicación diciendo "Yo me entiendo."
"No lo dudo," pensaba yo, "el que no te entiende soy yo."

Las tres hermanas de Víctor eran guapas, pero Patricia destacaba.
Todos los chicos del barrio de mi edad que recuerdo, estábamos enamorados de Patricia. Se puede afirmar que Patricia era un fenómeno de masas. Lamento no disponer de una foto suya de aquella época, en la que ella tenía entre 13 y 15 años, aunque a menudo las fotos no reflejan el encanto de la persona en carne y hueso.
A los pocos años Víctor y su familia se mudaron a una capital europea, yo marché a Alemania y de la historia del piso segundo A de la calle Víctor de la Serna 37 no me queda más que este recuerdo lejano.





domingo, 6 de septiembre de 2015

Qué fácil resulta prometer paraísos




Vimos la gran estrella de Mercedes sobre el edificio a la izquierda del carril bici por el que circulábamos. Nos llamó la atención a ambos, pero por motivos diferentes.

Nos encontrábamos en Berlín Marzahn, típico barrio de Berlín este que,  hace 30 años, estaba separado por el telón de acero de Berlín oeste. Hace 30 años, cuando la principal preocupación en Europa no era la inmigración, sino la tensión producida por la lucha a muerte entre dos sistemas políticos, el capitalismo de los países industrializados occidentales y el comunismo oriental, especialmente el soviético.

Ella me preguntó, “¿Mercedes es un nombre frecuente en Alemania?”

Su pregunta me recordó las mañanas de domingo de mi infancia. Me levantaba pronto para estar a las nueve en el parque, hora a la que comenzaban a aparecer los perros y sus dueños. Los conocía a todos por el nombre: Boby, Hanna, Betsi, Puki, Shiva, Teo, Ours … Sus dueñas se entretenían charlando conmigo. Alguna me mandanba al quiosco a comprar el periódico, dándome la vuelta de propina. Dos de mis preferidos eran Herta y Otto. A ambos los conocí siendo cachorros. Una joven empleada de una consulta médica del barrio, los sacaba a pasear. Durante meses, a primera hora del domingo por la mañana y a diario durante las vacaciones, fui a jugar con ellos al parque, mucho antes de que los otros niños bajaran. Herta y Otto me recibían con entusiasmo y alegría animal.

El caso es que, años más tarde, en Alemania, escuché hablar de una pariente lejana llamada Herta, y no pude evitar extrañarme de que le hubiesen puesto nombre de perra.

“Mercedes, ” le respondí “no, no es un nombre frecuente, tú llamarías a tu hija Seat o Renault?”

Mi impresión, al ver aquella estrella de Mercedes entre los Plattenbauten, edificios construidos con forjados prefabricados, tan típicos de la “democrática” Alemania soviética, fue de encontrarme ante una contradicción. Mercedes-Benz, multinacional fabricante de uno de los bienes de consumo más preciados, ídolo del capitalismo, el coche de lujo, símbolo por excelencia de la sociedad de consumo y del individualismo normalizado, el que sigue la norma de los medios de masas.
Mercedes Benz pues, rodeada de gigantes camaradas de hormigón, por edificios colmena poblados por incansables obreras y obreros que tantos planes quinquenales realizaron.
“Qué ironía del destino,” pensé, ”capitalismo y comunismo fundidos en un desesperado abrazo. Qué fácil resulta prometer paraísos.”